ACADEMIA DE CIENCIAS DE CUBA EL 26 DE JULIO DE 1953

En 1895, nuestro Apóstol veía entrar a Cuba en el reinicio de la Guerra de Independencia, “con la plena seguridad —dejó meridianamente consignado en el Manifiesto de Montecristi—, inaceptable sólo a los cubanos sedentarios y parciales, de la competencia de sus hijos para obtener el triunfo por la energía de la revolución pensadora y magnánima, y de la capacidad de los cubanos, cultivada en diez años primeros de fusión sublime, y en las prácticas modernas  del gobierno y el trabajo, para salvar la patria desde su raíz de los desacomodos y tanteos, necesarios al principio del siglo, sin comunicaciones y  sin preparación en las repúblicas feudales y teóricas de Hispano-América.”
La miserable y oportunista intervención de los Estados Unidos en una guerra ya ganada por el Ejército Mambí impidió el acceso de las fuerzas patrióticas cubanas a la legítima determinación del destino de una nación a erigir sobre la base de las virtudes que el Apóstol certeramente apreciara, y que detalló en el propio Manifiesto. Se estrenó así, comenzando el siglo XX, la “solución” neocolonial: vergonzante y formal independencia política y real subordinación económica a los designios del surgente imperialismo norteamericano.
No obstante, los esfuerzos de sectores patrióticos en el empeño de oponer la virtud doméstica a la hegemonía imperial y el ingente sacrificio y batallar de varias generaciones de fuerzas populares y de intelectuales de avanzado pensamiento político y social, a mediados del propio siglo XX seguía plenamente vigente la vibrante llamada de Rubén Martínez Villena en 1923:
Hace falta una carga para matar bribones, para acabar la obra de las revoluciones.​
El 26 de julio de 1953, tres décadas después del mensaje lírico civil de Villena, se dio la carga que llevó finalmente a la total quiebra del régimen imperante en la república neocolonial y a la aniquilación del capitalismo en nuestro país. Un gran mérito histórico de Fidel Castro fue ver las posibilidades de la lucha armada para derrotar a la tiranía y abrir el camino de la Revolución, dando los pasos prácticos para organizar y desarrollar esa lucha armada. Fue Fidel quien imaginó y encontró con originalidad las vías para ello.
Hoy, en el enfrentamiento sin concesiones a la guerra de odio conducida por el imperio de los Estados Unidos contra nuestra nación y nuestro pueblo, vuelve a nosotros aquella definición inclusiva de pueblo, abarcadora de las capas y actores sociales interesados en el triunfo de una revolución verdadera, que el líder histórico de la Revolución Cubana presentara en sus palabras ante el tribunal que pretendía juzgarlo por haber encabezado la arremetida que pidiera Villena: obreros agrícolas, obreros industriales, braceros; pequeños agricultores y pequeños comerciantes; maestros y profesores abnegados; jóvenes profesionales, artistas, periodistas, que se encontraban “en un callejón sin salida, cerradas todas las puertas, sordas al clamor y a la súplica”.
Se trataba ya de uno de los conceptos definitorios ─el de PUEBLO─ para la transformación drástica que la carga contra bribones  desataría el 26 de julio de 1953, y que, precisado en el actual contexto de nuestra sociedad y enriquecido por seis décadas de incesante lucha popular, está al frente, preside el análisis y las acciones necesarias para profundizar en la consolidación de las ideas radicales de aquellos cubanos que, encabezados por el líder histórico de la Revolución cubana, tenían al Apóstol como autor intelectual de la acometida necesaria para terminar la obra de las revoluciones.
Contribución del Académico de Mérito Emilio García Capote. Grupo de Historia de la Ciencia.

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